PREVENCIÓN DEL DETERIORO COGNITIVO
A partir de los
60 años nos despistamos habitualmente y nos preocupamos pensando en las
demencias. Nos preguntamos por los factores de riesgo para el deterioro
cognitivo y como podemos protegernos.
Las investigaciones realizadas desde
hace años indican que hay hábitos y enfermedades que aumentan el riesgo de
padecer mayor declive de nuestras capacidades intelectivas cuando nos hacemos
mayores, por ejemplo los síntomas asociados a un bajo estado de ánimo. Verdelho y
colaboradores (2013) han publicado, en Journal
of
Neurology, Neurosurgery & Psychiatry, un estudio con más de 600 sujetos sanos entre 70 y 80 años, a los
que evaluaron en distintas ocasiones a lo largo de tres años. En la última
evaluación 90 de los participantes fueron diagnosticados de demencia y 147 de
deterioro cognitivo no asociado a demencia. La cantidad de síntomas depresivos
fue un predictor independiente del deterioro cognitivo en ambos grupos de
personas, de forma que un peor estado de ánimo predecía un mayor deterioro
cognitivo a los tres años. El mismo autor en otro estudio anterior publicado en
Neurology (Verdelho y cols.,
2010) encontró que la diabetes predijo
el deterioro cognitivo, incluso tras controlar la posible influencia de otros
factores como la edad, el nivel educativo e incluso los cambios cerebrales.
De éste último tema también hay
varios estudios interesantes. Scott Marquis (2002) encontró que un menor
volumen hipocampal predecía el diagnóstico de demencia incipiente seis años
después, en una muestra de 108 personas mayores inicialmente sanas
cognitivamente. Esto puede guardar relación con datos encontrados en diversos
trabajos en los que se ha planteado que el peor rendimiento en determinadas
tareas de memoria episódica como el recuerdo de historias (Marquis y
cols., 2002) o el reconocimiento de nombres famosos (Seidenberg y cols.,
2013) también se asocia con el mayor declive de las funciones cognitivas en los
mayores.
Debemos averiguar si podemos prevenir
qué hábitos favorecen el mantenimiento de nuestras capacidades en el proceso de
envejecimiento. Molina y colaboradores (2011) describen en la revista de la SEGG cómo el mantener un adecuado nivel
de actividad intelectual predice un mejor funcionamiento
cognitivo tras meses de seguimiento en personas de edad muy avanzada (>90
años). Algo semejante sucede con el ejercicio físico moderado o vigoroso
que se practica semanalmente, como demostraron Yaffe y colaboradores (2009) en
más de 2500 personas estudiadas durante 8 años.
Todos estos análisis abren la puerta
al diseño de intervenciones preventivas para nuestros mayores y para todos
aquellos que quieran comenzar a cuidarse hoy mismo. Nunca es pronto para empezar
a proteger nuestro cerebro y puede ser el pasaporte a una mejor
calidad de vida en la tercera etapa del ciclo vital.
Poco a poco
vamos conociendo más sobre los predictores y marcadores de las demencias. Pero
aún seguimos sin saber, aunque tengamos predictores y marcadores positivos, si
presentaremos la demencia, cuando aparecerá y qué curso seguirá (rapidez de la
evolución clínica, intensidad de los síntomas, características sindromicas, etc.)
El problema de las enfermedades
neurodegenerativas es que cuando realizamos el diagnóstico la enfermedad lleva
varios años evolucionado de forma silente. Cuesta realizar el diagnóstico
precoz ya que muchas personas banalizan los síntomas y se niegan a una
valoración neurocognitiva por miedo al resultado.
Es
necesario profundizar en el autocuidado de nuestros mayores. Igual que se hace
una mamografía con fin preventivo debemos conocer nuestro estado cognitivo.
En
España la medicina de la gente mayor no está en manos de los geriatras quienes,
además de los neurólogos, tienen formación en demencias. Hay personas mayores
con deterioro cognitivo leve (DCL) que cuando van a su médico de cabecera para
ser remitidos a una unidad de memoria, éste les dice que no se preocupe, que lo
suyo es propio de la edad.
Las
demencias neurodegenerativas no tienen tratamiento curativo y hay quien piensa
(incluido el personal sanitario) que como no se curan no hace falta hacer nada.
Esta actitud nihilista no favorece nada la prevención e intervención en el
deterioro cognitivo versus demencia.
Se nos llena la boca de calidad de vida, de prevención, pero la realidad es otra, con cada vez menos
recursos. Nos corresponde la difícil labor de hacer llegar la información, la
desmitificación y el apoyo a quien lo necesite.